sábado, 11 de febrero de 2012

Capítulo dos.

Ese recuerdo la estaba matando, porque significaba el principio de mucho sufrimiento. Una lágrima bajó por su mejilla al mismo tiempo que una gota atravesaba desde el principio hasta el final el cristal de la ventana. Recordó los buenos tiempo, los momentos con sonrisas y felicidad que todavía conservaba en su memoria. Él había sido tanto para ella, había significado lo mas grande... Quién le iba a decir, que tres meses después de conocerse, le pediría lo que le debía.
-¿Hacemos hoy el trabajo de filosofía o lo dejamos para mañana que han dicho que va a llover?
-Yo...prefiero dejarlo para otro día. -Dijo él un poco confuso, con las ideas de su mente desordenadas, desorientado.
-Vale. ¿Quieres qué hagamos algo hoy?
-¿Tienes ganas de sorprenderte?- Levantó la vista por fin, tenía los ojos brillantes, determinados. -Esta noche, a las ocho, voy a por ti. Pero será en secreto, saldremos por la ventana.
-¿En serio? Lo que tú digas, pero parece una tontería.
Pero él ya no la escuchaba, le había sonado el teléfono y se alejaba hacia su casa con paso tranquilo. Suspiró. Se moría por sus ojos, por formar parte de su vida. Su personalidad le desconcertaba, unas veces parecía que estaba enamorado de ella, otras que la odiaba. Se alejó a su casa, emocionada y nerviosa por esa noche.
Era la hora y todavía no había llegado. ¿No pensaba venir? Pero su corazón se aceleró al escuchar algo fuera de su casa.
-¿Vienes, princesa?- Sonreía con felicidad, pero se le denotaba el nerviosismo en los ojos y en el temblor de la mano.
-Por supuesto, mi príncipe. -Una sonrisa apareció en sus labios y por un momento parecían parte de un cuento de hadas de verdad.
No sabía como podía recordar aquello y sonreír todavía. Esa había sido una de las mejores noches de su vida, sino la mejor. La había llevado por las calles del pueblo, desierto por el frío. Iban cogidos de la mano, como una pareja de enamorados que se van a su lugar secreto, pero hablaban como amigos y no eran mas que eso.
Al cabo de casi una hora, llegaron a un jardín. Había mantas en el suelo y velas alrededor. Todo era para ella.
-¿Nos tumbamos?
Estaban congelados, muertos de frío y de nervios. Recordar como miraron las estrellas durante horas le hizo alzar la mirada hacia las nubes que cubrían el cielo de aquella tarde. No había luz, ni Luna, ni Sol; solo podía ver sus ojos verdes mientras pronunciaban las palabras que para ella eran las mas bonitas del mundo.
-Quiero que me des lo que me debes.
-¿Por la muñeca?- Se había convertido en su mayor tesoro, jamás había querido a nada tanto como a ese regalo, jamás había querido a nadie como lo quería a él.
-Sí.-Ella lo miró expectante, sabiendo que lo que le pidiera se lo daría.- ¿Puedo pedir dos cosas?
-Solo si tú me das algo a cambio. -Sonrío con picardía.
-Mm...Quiero una promesa, quiero que me prometas que siempre me querrás, y quiero un beso. -A la luz de las velas se pudo apreciar lo pálido que se había quedado y lo mucho que le costó decir esas palabras.
-Te quiero, te he querido y te querré para siempre, prometido.
Y se lanzó a sus labios, dándole el beso que ambos esperaban recibir del otro.

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